lunes, 22 de junio de 2009

Para qué enseñar filosofía?

Héctor Fabio Villalba


Cada vez que se inicia un curso de filosofía los estudiantes se preguntan ¿y para qué sirve esta materia? Como profesores podemos dar desde las respuestas más complejas hasta las más sencillas. Algunos pueden responder con alguna proposición abstracta y elevada. Otros pueden indicarles a sus discípulos que la materia es muy fácil y que no deben temer, porque realmente lo importante es desarrollar algunas competencias con las cuales puedan desenvolverse en el ámbito académico y en la vida cotidiana.
A la base de la pregunta del para qué la enseñanza de la filosofía, subyace otra: ¿qué es la filosofía? Podemos contestar con la respuesta de Heidegger en su trabajo del mismo título "Filosofía es traducir al lenguaje la llamada del ser del ente." Pero si contestamos de esta manera, lo más probable es que nuestros alumnos se sientan confundidos y crean que la labor será inútil y aburrida. No basta con indicarle al alumno que la filosofía es la disciplina máxima del saber y que en ella están contenidos un sin número de teorías y autores dedicados a pensar lo más complejo de la realidad. De acuerdo a lo anterior, en las siguientes líneas se exponen cuatro razones básicas por las cuales es imprescindible la enseñanza de la filosofía.
Enseñar filosofía para recuperar el sentido de los valores

Cotidianamente se escucha decir que la sociedad actual vive una crisis de valores. Los mayores acusan a los jóvenes de no tener una escala de valores que les permita vivir auténticamente. Añoran las épocas pasadas e incesantemente cuestionan la forma en que se vive. La sociedad oferta gran cantidad de posibilidades que hacen del ser humano un individuo vulnerable y presa del facilismo. No es que en la actualidad se niegue la existencia de los valores. El problema radica en la vertiginosa mutación de valores. Otrora existían mayores seguridades e instituciones que proporcionaban las tablas axiológicas. El bueno era quien obedecía y cumplía fielmente lo que unos cuantos proponían. En el presente hay una fuerte tendencia al cambio. Sin embargo, ello no justifica que todo comportamiento sea válido, como pretenden afirmar ciertas esferas de la sociedad.
Debemos enseñar el sentido que tiene para el ser humano guiarse de acuerdo a unos valores. Es decir, de acuerdo a unas realidades que aparecen intangibles, pero que se materializan en el comportamiento. Y cuando digo enseñar, no estoy afirmando que debemos llenar a los alumnos con un cúmulo de conceptos en donde ellos recitan literalmente las definiciones dadas por los autores. Una de las formas más indicadas para enseñar los valores es la práctica. Resulta inoficiosa la prédica si en realidad no logramos transmitir el sentido de los valores. Y el sentido se logra sólo a través del ejemplo. Es decir, no pretendamos que nuestros hijos y estudiantes asuman valores si nosotros les demostramos con nuestra actuación que todo da lo mismo. Con actitudes tales como ser fiel o infiel es cuestión de gustos y preferencias; ser honrado o deshonesto depende de la situación; decir la verdad o engañar es asunto del momento, sólo logramos perpetuar un relativismo moral a través del cual falseamos los comportamientos correctos. Nosotros damos sentido a los valores cada vez que asumimos posiciones firmes y decididas; no dogmáticas y totalitarias. Actuemos con convencimiento y no flaqueemos. Seamos tolerantes con los asuntos triviales, pero no mostremos tolerancia ante las situaciones que degradan la dignidad humana. Andemos con la verdad, es decir, con transparencia, porque sólo así estaremos en condiciones de exigirles a las nuevas generaciones la construcción de un mundo más humano.
A través de la filosofía es posible que el alumno confronte su escala de valores y decida libremente optar por la vida en abundancia o por el escurridizo laberinto de la destrucción. Puestas así las cosas, la enseñanza de los valores conduce a indagar por su esencia y significado. Debemos preguntar a los alumnos por sus aspiraciones más altas y desde allí direccionar el sentido de los valores. Resulta fundamental transmitir pasión por la vida y no dejar que ellos se pierdan en los supuestos valores que coloca la sociedad, porque si al ser humano le arrancáramos el mundo de las valoraciones y quedaran éstas encerradas en una esfera subjetiva, se provocaría una profunda deshumanización y la tierra se convertiría en un lugar inhabitable.
Enseñar filosofía para adquirir una conciencia crítica de la realidad y superar el conformismo

De nada sirve en la vida asumir posiciones neutrales o pasivas, pues quienes así lo hacen pierden el auténtico derrotero de la existencia. Durante una época no muy lejana, en América Latina, se propuso a nivel pedagógico que la enseñanza debería contener un alto sentido crítico. Las teorías pontificaron demasiado al respecto y parece que las grandes aspiraciones porque el mundo obtuviera un orden social más justo y humano se difuminaron rápidamente. Hoy se afirma que debemos formar en los jóvenes un sentido crítico. Debemos enseñarles, por lo menos así se sostiene en teoría, a descifrar los lenguajes que se ocultan detrás de la realidad.
En oportunidades creemos que formar un juicio crítico consiste en que el alumno asuma posiciones de rebeldía frente a las instituciones. La formación del juicio crítico se inicia en el momento en que el individuo contrasta los elementos teóricos con su más inmediata y emergente situación. Una conciencia crítica implica ser consciente de lo que se aprende y la significación de lo aprendido. La crítica es cambio y si lo que elaboran los alumnos a nivel humanístico no transforma su condición personal no es posible hablar que han adquirido conciencia crítica.
Parece que como sujetos de una sociedad estuviéramos condenados a permanecer conformes. La conformidad se homologa con la pasividad. Si asumimos actitudes pasivas es difícil que logremos dar un nuevo giro a la sociedad. La tendencia a asumir los dictámenes de un orden establecido es cada vez más creciente y sus consecuencias pueden ser nefastas. Por ello, de nuestras aulas debemos desterrar los comportamientos conformistas y llevar a los alumnos a adquirir formas de cambio constante. Y cambio constante significa ver la existencia con ojos renovados, sin caer en pesimismos o utopías fantásticas; poner en escena las habilidades personales al servicio de los otros, ser diferente en la manera de proyectar la existencia sin desconocer que el otro también es responsabilidad mía y que los niveles de deshumanización no pueden ser el común denominador de la historia.
Tener conciencia crítica se traduce en la actitud que describe Platón en la alegoría de la Caverna, cuando el hombre que se libera y sale de las tinieblas y ve la luz del sol siente la imperante necesidad de ir y comunicar a los otros que la realidad que ven es falsa y engañosa; que las sombras mantienen al ser humano enajenado y no es posible estar viviendo en un mundo de oscuridades e incertidumbres. Ojalá los alumnos al terminar un curso de filosofía puedan identificar las sombras que la sociedad les propone y sientan la necesidad de abandonar el mundo oscuro de la sensación, el cual en el fondo se convierte en la negra noche donde resplandecen y ruedan fuegos enceguecedores e inverosímiles.
Enseñar filosofía porque, hoy como ayer, es necesario andar por el camino del amor

El amor es una dimensión que reta nuestra condición humana. Gran parte de la crisis que viven los individuos se cifra en no saber cómo y a quién realmente amar. El amor se asemeja a un manantial de agua, el cual si no se sabe utilizar y cuidar puede llevarnos a la muerte, quizás no física, pero sí emocional. La cátedra amatoria no se puede enseñar a través de las fórmulas y los teoremas. Teorizar sobre esta dimensión del ser humano puede resultar escurridizo, especialmente cuando queremos que los otros sigan los parámetros a través de los cuales nosotros hemos alcanzado la satisfacción o el fracaso. Si bien es cierto que la fórmula secreta para el amor no se saca de los laboratorios o de las aulas, si es posible dar orientaciones con las cuales nuestros jóvenes se enfrenten al arte de amar.
El amor como realidad que se va conociendo debe despertar en el individuo su atención, le debe llevar a admirarse de su propia condición de hombre o mujer, para que de ese modo llegue a construir desde su interior el deseo y la convicción de proyectarse en plenitud. El auténtico amor nos hace descubrir nuestra escasez y por ello se puede afirmar que es amante sólo aquella persona incapaz de decir "ya he amado bastante".
El amante es el hombre y la mujer que se encuentran en camino. Quien ya ha conocido, pero todavía no se conforma, sabe que le queda mucho por amar, es decir, por crecer, y la actitud debe ser no decir nunca basta. "Si dices basta estás perdido". (San Agustín). Lo anterior no se traduce en la aceptación de todo tipo de prácticas y manifestaciones afectivas. Cuando se descubre la esencia del amor es imposible ser permisivo ante conductas utilitaristas o manipuladoras. Con el tacto de quien talla una escultura o quien realiza un trabajo de filigrana, el ser humano puede descubrir que el genuino amor traspasa la franja de lo erótico y busca no la afirmación de los caprichos y los deseos sino la reciprocidad del encuentro gratuito y sublime que generosamente me regala el otro. Al respecto, resultan sugerentes las palabras de Platón cuando afirma que: "... la mayor parte de los amantes se enamoran de la belleza del cuerpo, antes de conocer la disposición del alma y de haber experimentado el carácter, y así no puede asegurarse si su amistad debe sobrevivir a la satisfacción de sus deseos."1
Enseñar filosofía para aprender a gozar de la libertad

Los adolescentes se quejan continuamente de que las instituciones y los mayores no les permiten ser libres. Ellos luchan, a través de distintas manifestaciones, por alcanzar la libertad. Dentro del colegio arguyen que ellos tienen la libertad de vestirse y expresarse como quieran, según sean sus preferencias. Detrás de sus quejas existen las ansias de libertad. Ese estado al que aspiramos los hombres parece que no se logra si previamente no asumimos unos mínimos condicionamientos. Ningún ser puede afirmar sensatamente que a la libertad se llega sin condicionamientos. La coacción es uno de los medios como descubrimos que el mundo y la humanidad se nos dan en relación con ellos mismos. Cuando los estudiantes reclaman que desean la libertad es pertinente preguntarles si realmente podrían subsistir sin la ayuda de otros. Ellos, con un poco de frustración, contestarán que no. Y es cierto, porque la libertad está condicionada, más no determinada. Nos condiciona el ambiente, el contexto, la institución, la pareja, el medio, etc. Pero lo más bello de la situación condicionante es que después de un lapso de tiempo, el individuo puede apropiar la manera de conducirse. De esta manera, es claro afirmar que el colegio, pero en especial la educación, lleva al hombre a conducirse por sí mismo.
La sentencia kantiana del "atreverse a pensar por sí mismo" es factible si desde la más temprana edad se ayuda al sujeto a deliberar conscientemente sobre las opciones más pertinentes en la existencia. La libertad como el pensamiento no surge por generación espontánea. Ella se logra si como educadores y padres de familia le ofrecemos a los educandos el modelo racionalmente adecuado para actuar. Si dejamos la libertad al azar, el estudiante lo único que logrará es identificarse con los modelos que le ofrece la televisión, la malicia popular o la frivolidad de la calle. Y creo que como sujetos responsables lo último que deseamos es dejar a la juventud beberse la existencia desaforadamente.
En conclusión, cuando se enseña filosofía se pretende que el preciado tesoro -la humanidad- logre abandonar la "bulimia consumista y la anorexia cultural". En definitiva, enseñamos filosofía para que nuestros alumnos alcancen la felicidad a través del amor, la reflexión, los valores y la búsqueda incesante. "Porque el verdadero buscador, sólo busca por el placer de buscar, no por el de encontrar. El verdadero buscador viaja con quien le abre caminos, no con quien le lleva de la mano."2 Dejemos, pues, que a través de la filosofía nuestros alumnos abran los caminos del amor y el pensar.
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1 PLATÓN. Diálogos. En: Fedro o del amor, Porrúa, México, 2001. p. 252.
2 Anónimo.

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