miércoles, 8 de julio de 2009

Escribiendo con la punta del lápiz y no con el borrador

Escribiendo con la punta del lápiz y no con el borrador
Reproduce: Lic Héctor Fabio Villalba (Escuela Normal Superior Nuestra Señora de las Mercedes)
Tomado de Escuela PAIS

Mientras en el mes de mayo festejábamos el día de la maestra, del maestro, de la madre y realizábamos otras acciones familiares, sociales y educativas, FECODE y el Ministerio de Educación Nacional se reunían, con el propósito de dialogar y llegar a acuerdos respecto a las eternas problemáticas que aquejan al gremio magisterial. De esas reuniones existen algunos documentos, uno de ellos el “Acta final del proceso de concertación del pliego presentado al Ministerio de Educación Nacional por la Federación Colombiana de Educadores (FECODE)”


En el referido escrito, que circula en Internet y en medios impresos, las partes establecen, entre otros compromisos: “A partir del 2010 se asignará un orientador, previo concurso, para cada institución educativa que registre una matrícula de mínimo 800 alumnos en educación regular en los grados cero a once.”

Resalto este logro, teniendo en cuenta, de una parte, que rompe con la política impuesta por el MEN de no convocar a concurso para orientación escolar, como efectivamente hasta ahora existe; y, de otra, porque el ministerio luego de una década de lucha de los orientadores y de la organización sindical, entiende que es una necesidad sentida de las comunidades educativas, para aliviar las tensiones institucionales, producto de la guerra, la pobreza y lo que ellas agencian.

Escribiendo con el borrador
El Ministerio en mención viene escribiendo las políticas educativas por el lado del borrador del lápiz. En el caso de Bogotá, desde finales del decenio de 1990 y a comienzos del siglo XXI, se le expuso a la entonces Secretaria de Educación, hoy ministra del ramo, en escenarios como el Concejo de Bogotá, la JUDI, la SED y en eventos académicos, la importancia de fortalecer la orientación escolar, teniendo en cuenta las circunstancias históricas, políticas y económicas por las que ha venido atravesando el país, y dado el nivel de extinción a que estaba siendo sometida la orientación escolar.
Las voces de los orientadores, las luchas de la ADE, las discusiones en la JUDI, el Proyecto de Acuerdo del Concejo de Bogotá y las Mesas de trabajo instituidas por orientadores y orientadoras, no fueron valoradas por el gobierno nacional ni distrital, reduciendo, a la fecha, prácticamente en un 50% el número de colegas en no más de un lustro. El soporte del borrador ha sido la Ley 715, articulado donde los parámetros y el tiempo laboral se amplían con las concernientes implicaciones nefastas para el proceso escolar.

La cantidad de estudiantes que se expresa en el compromiso es una cuantía arbitraria, entre otras razones, porque no está establecida en las normas, pero sobretodo porque humanamente no es viable atender tantos casos individuales y grupales y porque el Ministerio de Educación Nacional, mediante la Resolución 1084 del 26 de febrero de 1974, creó el “Servicio de Orientación y Asesoría Escolar”, y fijó, a través de la Resolución 2340 del mismo año, que “Para ejercer una mejor prestación del servicio de orientación y asesoría escolar, los establecimientos educativos oficiales contarán con un asesor por cada 250 estudiantes”. Pasar de 250 educandos a 600,700, 800 y más, es escribir con el borrador.
El desgaste del borrador...
La orientación escolar se instauró en la segunda mitad del siglo XX, para los establecimientos educativos oficiales del país, por considerar que era el medio más indicado, para llevar a cabo la tarea de prevención primaria de las enfermedades mentales, trastornos emocionales y perturbaciones psicosomáticas que, en ese momento, alcanzaban altos índices. Hoy, las enfermedades mentales -como ya se explicitó en un artículo anterior-, los trastornos emocionales y perturbaciones psicosomáticas son más recias, además de afectar a los estudiantes también hacen lo propio con los padres de familia y los docentes, en el último caso, con el Síndrome de Agotamiento Profesional (SAP), siendo más apaleados aún los mismos orientadores y orientadoras, según lo reporta un estudio realizado en Bogotá el año pasado en el que se lee: “Se observó también que dentro de la muestra, los orientadores sufren de mayor cansancio emocional que los otros docentes, hecho que puede atribuirse a su trabajo frecuente con estudiantes con mayores dificultades.”

Y es entendible el cansancio cuando el orientador o la orientadora se sientan con un alumno o con una madre de familia a escuchar lo que nadie les escucha, a resolver lo que nadie les ha ayudado a resolver, a verlos llorar, a sentir la ira que destilan a través de los gestos y las palabras, a oírle las historias de dolor que los acompañan, a oler la pobreza económica de él y de su estirpe, a percibir el cansancio de una vida llena de vicisitudes, pero potenciadora de sueños y esperanzas, a saborear el fruto amargo del abandono familiar y estatal; en fin, a hacer lo que nadie ha logrado hacer. En este ir y venir de significantes y significados apabulla la impotencia, porque ni el orientador, ni el docente cuentan con los medios para resolver falencias estructurales y desavenencias familiares. Ahí se acerca la frustración impotencia, acompañada de la soledad profesional, para actuar y sin duda gana terreno el ‘Síndrome del Burnout’ (o ‘agotamiento’) y ‘malestar docente’.

Las aseveraciones de este estudio contrastan con los comentarios a priori de algunos colegas en cuanto que la labor del orientador “no se ve” que “no trabajan” incluso que “se gana la plata sin hacer nada”. Es algo similar al estatus que la sociedad y muchas comunidades le dan a la labor docente: “son gente que no hace nada”, “no trabajan y piden más sueldo”, “se la pasan es en reuniones”, “no hacen clase”, en fin, hay una incomprensión que atañe a la confusión encontrada del trabajo material con el trabajo intelectual. Es tanto el desprestigio que en la actualidad, se tiende a pensar que los docentes son “los mayores y más visibles responsables de la pérdida de capacidad de la institución educativa para responder a las exigentes funciones que la sociedad y el Estado le han asignado” Esto es escribir con el borrador del lápiz, porque está demostrado que el 75 % de los factores asociados a la evaluación y al proceso educativo están por fuera del colegio, solo el 10% le corresponde al educador.

Escribiendo con la punta del lápiz
El desgaste del borrador nos debe conducir a tomar el lápiz “al derecho” para escribir la historia. No podemos copiar ese estilo de escribir con el borrador, porque perdemos esfuerzos y tiempo. La experiencia de los orientadores de Bogotá, visibilizada a comienzos de Tercer Milenio, ratifica la razón de afianzar la orientación escolar en el país, lastimosamente nuestra razón fue esclava de las pasiones económicas del MEN, pero hoy intenta retomar el rumbo correcto; es decir, restablece su importancia. Y, dicho sea de paso, la administración distrital no supo afinar el tajalápiz para poder escribir con su punta el acto administrativo que acordamos, sustituido arbitrariamente por una “carta pedagógica”.

Podemos cerrar este artículo preguntándonos como docentes, como directivos docentes, como organización sindical y como ciudadanos, si estamos escribiendo la historia las políticas sociales con la punta del lápiz o con el borrador, si avizoramos que la evaluación, por citar tan solo un ejemplo, está siendo escrita con el borrador del lápiz, entonces no dejemos que pasen 10 o más años para hacerlo con la punta, porque para ese entonces ya habrá perdido su viscosidad.
Nos queda pendiente hacerle el seguimiento al compromiso establecido en el acta final del proceso de concertación… para que esa escritura sea un discurso con compromiso y que no nos siga pasando como con la Ley 115, respecto, en este caso, a la orientación escolar, que establece que “en todos los establecimientos educativos se prestará un servicio de orientación estudiantil” y hoy en muchos de ellos no se presta, así se diga que el docente es un orientador. ¡A tomar el lápiz por la punta, para escribir y no por el borrador!

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