lunes, 19 de octubre de 2009

EL LENGUAJE SI IMPORTA

El lenguaje sí importa
Las palabras que usamos reflejan las ideas que tenemos sobre las cosas o eventos de la realidad. En pocas palabras, el lenguaje refleja la visión del mundo

Por: Aracelly Muñoz Buriticá
Docente - Palmira, Valle
REPRODUCE : LIC HECTOR FABIO VILLALBA, ZARZAL, VALLE
Por eso que no nos vengan con el cuento de que da lo mismo llamar a nuestros pupilos, clientes que estudiantes, aprendices, o alumnos. Un cliente es el que compra un producto o un servicio, estableciéndose una relación netamente comercial entre el que vende u ofrece el servicio y el que lo adquiere. Dígase lo que se diga para pulir el concepto, dicha relación está signada por el pragmatismo y la lógica del mercado y todo maestro (a) sabe que la labor educativa excede esas expectativas.
No se trata de creer que el ámbito educativo es estático o sagrado. De hecho, la educación es transformación en sí misma y los conceptos y las prácticas se renuevan con los avances de las disciplinas y de las ciencias afines. Los antiguos filósofos llamaban discípulo a aquél que recibía las enseñanzas de su maestro. La palabra alumno viene de lúmina y denota sin luz. Esos términos de origen latino que designan a la persona que aprende bajo la tutela de alguien de mayor edad o superior en conocimientos, indican la visión dominante en la escolástica, modelo que ha sido refutado por las corrientes de la pedagogía moderna. En el marco de una concepción socio-cultural de la enseñanza y el aprendizaje, se prefieren vocablos como estudiante, aprendiz, niño o niña, reclamando el protagonismo de éstos en el proceso cognitivo. Sin ir más lejos, en la Ley 115 de Educación, como en otros documentos oficiales se usa la palabra educando, como complementaria a educador. Pero estos cambios históricos obedecen a las discusiones pedagógicas y epistemológicas que se dan al interior de la comunidad académica.
Algo muy diferente sucede al trasladar la jerga comercial o empresarial a la escuela, so pretexto de mejorar la calidad del servicio. Desde esta óptica, la clave de la calidad está en volver los colegios empresas eficientes y competitivas en el mercado y para lograr esos objetivos hay que empezar por cambiar el lenguaje y con él los paradigmas no sólo administrativos, sino también los educativos. Entendemos así, que los problemas de deserción y de bajo rendimiento de nuestros escolares obedecen a la falta de eficiencia y de capacidad de los maestros y maestras para retener a su clientela. Con la varita mágica de los tecnicismos administrativos, desaparecen las precarias condiciones físicas de los planteles y la falta de recursos; de un plumazo se ha borrado el hambre y la violencia que no permite que los niños y las niñas aprendan.
Habría que preguntarse ¿cuál es el sentido de los cambios que se proponen, si como todos sabemos las condiciones están dadas para que la educación pública sea cada vez de menor calidad? ¿Por qué no ponemos el mismo entusiasmo en defender los aspectos democráticos de la Constitución Nacional y de la Ley 115? ¿Por qué no nos atrevemos a hacer las verdaderas transformaciones, innovando la didáctica y la pedagogía y haciendo de la vida escolar un espacio rico en experiencias significativas y propicias para impulsar los valores de una sociedad más justa y equitativa?
De manera que seleccionar el vocabulario que se ha de usar no es un vano requiebro, sino que obedece a lo que queremos significar precisamente. El problema no es que le llamemos gato al ratón; el problema es lo que pretendemos con ello. Don Quijote confundió los batanes con ejércitos y después tuvo que curarse de los cardenales que le produjo el enfrentamiento con la realidad.

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